viernes, 25 de febrero de 2011

POTENCIAS EUROPEAS SIGLO XIX


EL IMPERIALISMO Y EL COLONIALISMO EN EL SIGLO XIX
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A principios del siglo XIX, Inglaterra y Estados Unidos, que habían alcanzado un alto grado de desarrollo económico e industrial, comenzaron a expandirse con mayor fuerza por diversas regiones del planeta.
Inglaterra colonizó Australia, Nueva Zelanda, la India, Sudáfrica, y muchas otras regiones del mundo. Esta colonización tuvo, como primer objetivo, adquirir materia prima para abastecer su industria y establecer puestos de aprovisionamiento para sus barcos mercantes. Posteriormente, en estas regiones los ingleses instalaron gobiernos dirigidos desde Inglaterra. Sin embargo, la colonización trajo consigo la explotación y esclavitud de los nativos de esas tierras.
En el caso de Estados Unidos, luego de lograr su independencia de Inglaterra en 1776, iniciaron una política de expansión hacia la costa oeste. Negociaron con Inglaterra los territorios del noreste; compraron a Francia el territorio de Luisiana en 1803; España les cedió la Florida en 1819, y anexaron Texas a su territorio en 1836. En los territorios ocupados, Estados Unidos permitió a los colonizadores crear gobiernos propios que se unificaron en un gobierno federal. Los nativos de las regiones colonizadas fueron expulsados, recluidos en espacios delimitados llamados reservaciones, o exterminados.
Para lograr la colonización territorial, y el dominio político y comercial de regiones tan distantes, el desarrollo del transporte marítimo cobró especial importancia. Los lentos barcos de vela fueron sustituidos por buques de mayor tonelaje que transportaban más mercancía en menor tiempo.
Conforme avanzaba el siglo XIX, nuevas potencias pasaron a ocupar un lugar importante en el equilibrio político mundial: Alemania, Rusia y Japón.
A principios del siglo XIX, no existía lo que hoy conocemos como Alemania. Los pequeños reinos que se encontraban ahí, no habían formado una nación debido a la organización política feudal que imperaba. Hacia 1830, un acuerdo económico que permitía el libre tránsito de productos constituyó el antecedente para la unificación de los pequeños reinos germanos en un gran Estado alemán.
El canciller prusiano Otto von Bismarck logró finalmente la creación de un nuevo imperio alemán, después de haber derrotado a Francia en la guerra franco-prusiana en 1871.
Por otra parte, la situación del Imperio ruso en los comienzos del siglo XIX era incierta. Rusia vivía bajo una organización feudal: los campesinos trabajaban la tierra para los terratenientes o señores feudales; el zar gobernaba el imperio y rechazaba cualquier intento de reforma democrática.
A partir de 1856, la situación comenzó a cambiar. El zar Alejandro II liberó a los campesinos de su condición de siervos, mediante un pago que hizo el gobierno a los terratenientes; permitió la creación de asambleas locales y promovió la formación de una asamblea llamada Duma.
En el Lejano Oriente, Japón había sido gobernado durante siglos por antiguas casas dinásticas de tipo feudal, haciendo a un lado el poder del emperador. En 1868, el emperador Meiji recobró la autoridad imperial e inició una serie de reformas que pretendían introducir en Japón los avances políticos, económicos y sociales de Occidente.
Las reformas emprendidas por Meiji consideraron: la liberación de los siervos del poder de los shogunes o señores feudales; la división territorial de Japón en prefecturas para descentralizar el poder, y la elaboración de una constitución que se fundamentaba en las constituciones elaboradas en Occidente.
Las reformas político-sociales adoptadas en Alemania, Rusia y Japón, prepararon el camino para que se llevara a cabo en esas naciones un impresionante desarrollo industrial.
En Alemania, el gobierno fomentó la libre compra y venta de productos elaborados en su territorio, alentando así el crecimiento de su industria. Los bancos alemanes apoyaron con préstamos y créditos a los industriales para que establecieran fábricas, impulsando preferentemente la industria siderúrgica por la demanda de acero que había en el mercado internacional, convirtiéndose la economía alemana en una de las más vigorosas de Europa.
Por su parte, la economía rusa se favoreció con la construcción del ferrocarril. A partir de 1870 se transportaron hierro, carbón y petróleo, desde lugares alejados. Sin embargo, la falta de bancos e instituciones de crédito fue uno de los principales obstáculos para el desarrollo de la industria rusa. Este problema se comenzó a resolver cuando algunos bancos franceses invirtieron capitales en el ramo industrial ruso.
En Japón, el establecimiento de una industria moderna de corte capitalista, apoyada en maquinaria y obreros, inició el proceso de industrialización del país. El gobierno imperial ordenó una serie de impuestos sobre el uso de la tierra, los cuales se destinaron a la construcción de las industrias necesarias para el despegue de la economía moderna. La ayuda del exterior consistió en la llegada de asesores técnicos y expertos ingenieros occidentales, que se encargaron de echar a andar la joven industria japonesa.
Así, Alemania, Rusia y Japón en poco tiempo alcanzaron el nivel de desarrollo de otras potencias industriales y políticas en el plano internacional.
En el caso de las regiones dominadas por las potencias colonialistas, éstas padecieron los estragos de la desmedida ambición y poder, producto de la industrialización.
En la India, hacia 1820, los ingleses conquistaron el territorio por medio de campañas militares, convirtiéndose en dueños de casi toda la región y obteniendo el control comercial de la zona. Sin embargo, estas formas de control no impidieron las rebeliones de los hindúes, que fueron reprimidos sangrientamente.
En China, los mercaderes ingleses encontraron en el opio un negocio muy lucrativo. En la Guerra del Opio, entre 1839 y 1842, China perdió y tuvo que entregar a los ingleses la isla de Hong Kong, y permitir el tráfico de opio en su territorio.
El caso de Africa es más dramático aún. Muchas naciones europeas colonizaron este continente desde el siglo XVI, pero con más fuerza en el siglo XIX.
Entre 1800 y 1865, comerciantes, militares, administradores, aventureros y misioneros ingleses, franceses, belgas, portugueses, estadounidenses y holandeses comenzaron a dominar extensas regiones africanas: El Cabo, Sudán. Maputo, Ghana, Argelia, Gabón, Gambia, Guinea, Mozambique, Suazilandia y varios mas.
A partir de 1860, las potencias entraron en conflicto por el dominio de diferentes regiones del mundo. Esta situación llevó a los países colonialistas a arreglar sus diferencias en la Conferencia de Berlín efectuada en 1884. Quince países colonialistas europeos, americanos y asiáticos se repartieron los territorios de Africa, la cual no pudo liberarse totalmente del dominio colonial hasta 1960.
Los efectos del colonialismo por la búsqueda de materia prima para alimentar la industria de las grandes potencias, se pueden apreciar en los actos de guerra y violencia mediante los cuales se hicieron presentes los dominadores sobre los dominados.
Imposición de sistemas económicos, agotamiento de los recursos naturales y destrucción de culturas autóctonas son algunas de las consecuencias de la industrialización y de los afanes colonialistas de las potencias en el siglo XIX.

TEMAS DE HISTORIA UNIVERSAL

jueves, 17 de febrero de 2011

INFRAESTRUCTURA Y SUPERESTRUCTURA

TOMADO DE LA PAGINA BUENASTAREAS.COM

ELEMENTOS QUE CONFORMAN LA ESTRUCTURA SOCIAL: INFRAESTRUCTURA Y SUPERESTRUCTURA

L a estructura social esta constituida por dos elementos:
a) La infraestructura, (estructura económica).
b) La superestructura; conformada por las estructuras jurídico política e ideológica

• La infraestructura está conformada por la estructura económica, es allí donde se materializan las relaciones de producción y las fuerzas productivas que caracterizan a determinado modo de producción.
• La superestructura, está conformada por la estructura ideológica y la estructura jurídico – política que implica la existencia del estado, el aparato judicial, los aparatos represivos y los aparatos ideológicos de las sociedades.

Las relaciones entre infra y superestructura se realizan de la sig. Forma:
La infraestructura condiciona la naturaleza del estado y la orientación ideológica hegemónica, aporta los recursos económicos que sostiene la burocracia; fundamenta, en las relaciones de producción y en la apropiación de las fuerzas productivas , el carácter de la ideología dominante.
LA INFRAESTRUCTURA O ESTRUCTURA ECONOMICA
La estructura económica de la sociedad está conformada por el conjunto de las relaciones que establecen los hombres y el medio físico ´para la satisfacción de necesidades vitales o culturales a través de la generación de bienes y servicios. Esta producción de bienes y servicios contempla las 4 fases de la producción económica: la producción, la distribución, la circulación y el consumo.
Dentro de la estructura económica los conceptos de fuerzas productivas y relaciones de producción explican el carácter de la infraestructura, por lo cual es necesario precisarlas en su significado.

Fuerzas Productivas. Se le llaman fuerzas productivas a las que resultan de la combinación de los elementos del proceso de trabajo bajo relaciones de producción determinadas.

MANUFACTURAS

Diccionario de economía política

de Borísov, Zhamin y Makárova



MANUFACTURA: segunda fase del desarrollo del capitalismo en la industria, precede a la producción maquinizada; empresa capitalista basada en la división del trabajo y en la técnica manual, artesanal. Como forma de la producción capitalista, la manufactura surgió a mediados del siglo XVI y predominó en ella hasta el último tercio del siglo XVIII. Lo característico de la primera forma de manufactura, la más simple estriba en que los trabajadores, que trabajan en sus casas, son explotados por el capital comercial. La fase siguiente de la producción manufacturera es la manufactura centralizada; con ella, los obreros asalariados explotados por el capital se concentran en un lugar. La manufactura surge por dos caminos: 1) en el taller donde están concentrados obreros de especialidades diferentes, los cuales ejecutan hasta el fin todo el proceso de producción necesario para crear un determinado producto; 2) en el taller donde se concentran artesanos de la misma especialidad. La labor homogénea se descompone en diversas operaciones que se convierten en función especial de cada obrero por separado. La manufactura capitalista creó las premisas para la gran producción industrial, contribuyó a la ulterior división del trabajo, simplificó en gran manera muchas operaciones laborales, perfeccionó los instrumentos de trabajo, preparó obreros especialistas para pasar a la producción maquinizada. La división del trabajo en la producción manufacturera por una parte elevaba la productividad, por otra intensificaba el grado de explotación del obrero, lo convertía en un obrero parcial, condenado para toda la vida a ejecutar una determinada operación. La manufactura favorecía la concentración de los medios de producción en manos de los capitalistas y significaba la ruina para la mayoría de los artesanos. Los dueños de las manufacturas explotaban duramente el trabajo asalariado. En Rusia, las manufacturas centralizadas se desarrollaron en gran escala a partir de la primera mitad del siglo XVIII. Presentaban una peculiaridad especifica y era la de que muchas manufacturas no se basaban en el trabajo asalariado, sino en el de los siervos. Aunque la división del trabajo en las manufacturas hizo que la producción capitalista de mercancías se acrecentara y que el rendimiento del trabajo social se elevan sensiblemente, la manufactura no abarcó toda la producción social. La existencia de un inmenso número de empresas industriales pequeñas y pequeñísimas constituye un rasgo característico del período manufacturero del capitalismo. Los mercados interior y exterior, en proceso de crecimiento, presentaban una demanda enorme de mercancías, demanda que la manufactura no estaba en condiciones de satisfacer. Se hizo necesario pasar a la producción maquinizada, a la que dio comienzo la revolución industrial.

ECONOMISTAS CLASICOS

LOS ECONOMISTAS CLÁSICOS: RIQUEZA, POBLACIÓN Y ESTADO ESTACIONARIO

Probablemente el concepto de riqueza es uno de los términos más socorridos cuando se comparan diversas situaciones socioeconómicas. Se habla de país rico y de país en vías de desarrollo o país pobre. Se tiende a calificar así situaciones específicas de un momento dado, como si fueran inherentes a ciertas condiciones naturales que hacen que un país sea rico o pobre. Tales interpretaciones propenden a ignorar la dinámica del desarrollo, asentándolo sobre una concepción estática y dada de potenciales naturales, independientes de la acción humana.
El concepto de riqueza está presente en las teorías económicas mercantilistas, fisiocráticas y, en general, en todo el pensamiento de la escuela clásica. Es también un elemento importante en la interpretación del proceso de crecimiento económico, con frecuentes referencias a la naturaleza.
En efecto, por un lado, la riqueza es vista fundamentalmente como un producto de la naturaleza y, por otro, las leyes de los fenómenos naturales tienden a ser asimiladas o impuestas a la dinámica social. Nicolás Barbon,1 precursor de Adam Smith, escribía lo siguiente:
La producción nativa de cada país es la riqueza de ese país y es perpetua y nunca se agota: los animales de la tierra, las aves del cielo y los peces del mar aumentan naturalmente. Cada año hay una nueva primavera y un nuevo otoño que producen una nueva provisión de plantas y frutos. Y los minerales de la tierra son inextinguibles. Y si el acervo natural es infinito, el artificial, que procede del natural, también debe serlo, como las telas de lana y lino, las zarazas y los tejidos de seda, que se elaboran con lana, lino, algodón y seda natural.
Es importante notar que la naturaleza es vista como infinita e ilimitada, lo que supone que el proceso de apropiación de sus productos tampoco tiene límites. Tal concepción sigue estando vigente en todos aquellos enfoques que tienden a ver en la naturaleza algo dado y a considerar su contribución al proceso productivo, exclusivamente, en términos de «externalidades» en el cálculo de costes y beneficios.
Los fisiócratas --rechazando el concepto mercantilista de riqueza, en el sentido de acumulación de metales preciosos fácilmente convertibles en armas y en poder militar-- subrayaron la dependencia del hombre con respecto a la naturaleza. Quesnay afirmaba: «el suelo es la única fuente de riqueza», mientras que su precursor Boisguillebert escribía: «De ninguna manera es necesario hacer milagros, sino sólo cesar de estar continuamente violentando la naturaleza: Laissez faire la nature et la liberté.». Quesnay diría más tarde: Laissez faire, laissez passer.
En estas afirmaciones se manifiesta ya el dogma que influiría profundamente en Adam Smith y, en general, en las doctrinas económicas clásicas y que aún es válido para algunos pensadores y políticos de nuestros días: el del orden natural como el más ventajoso para el género humano. Tales ideas van a encontrar su expresión más acabada en La indagación acerca de la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones, de Smith.
El orden natural es entronizado como elemento dinamizador del orden social. El devenir y el acaecer natural suplantan la intencionalidad del universo construido, favoreciendo la inercia del sistema y, de este modo, el mantenimiento de un statu quo. Señala Adam Smith: «todo hombre es rico o pobre de acuerdo con el grado en que puede permitirse gozar de las cosas necesarias, de las comodidades y de las distracciones de la vida humana»2.
David Ricardo llama la atención sobre ciertas confusiones de Smith entre valor y riqueza, señalando que el valor de uso no puede estimarse con ninguna medida conocida, al ser apreciado de manera diferente por personas distintas. Al respecto señala: «El valor difiere esencialmente de la riqueza, porque no depende de la abundancia, sino de la dificultad o facilidad de producción.»3
Como se verá, en la discusión sobre la teoría del valor se pueden percibir los enfoques que las diferentes escuelas de pensamiento tenían sobre el medio ambiente y, al mismo tiempo, la forma en que ellos veían el proceso de desarrollo.
La teoría del valor tradicionalmente se preocupa de la determinación de los precios de mercado y de la forma en que afectan el proceso de asignación de recursos. En la medida que la teoría supone que el interés privado del consumidor (Smith), o sus deseos individuales (Marshall y Pigou) se manifiestan en el mercado y en el proceso de toma de decisiones de los individuos, determinando así los precios, resulta que dichos precios, además de representar el valor de mercado de los bienes y servicios, representan también su utilidad, es decir, su valor de uso y valor económico, al mismo tiempo que preferencias estéticas y valorativas. Esta confusión había sido observada ya por Adam Smith, cuando señalaba que la palabra valor tiene dos significados diferentes: unas veces expresa la utilidad de un objeto particular, y otras la facultad de adquirir otros bienes que confiere la posesión de aquel objeto. El primero de estos significados corresponde al valor de uso y el segundo al valor de cambio. Como bien señala Ricardo:
...la utilidad no es, por lo tanto, la medida del valor de cambio, aunque es algo absolutamente esencial al mismo... El valor de cambio de las cosas que poseen utilidad tiene dos orígenes: su escasez y la cantidad de trabajo requerida para obtenerlas.4
Aquí Ricardo recoge el planteamiento de Smith en el sentido de que el trabajo es la medida fundamental, única y verdadera, por medio de la cual puede ser estimado y comparado el valor de todos los bienes.
Así pues, Smith y sus seguidores se alejan del pensamiento fisiócrata en tanto ven en el trabajo fuente fundamental de riqueza.
Decía William Petty, según muchos fundador de la economía política clásica: «el trabajo es el padre y el principio activo de la riqueza en tanto las tierras son la madre». Dentro de esta línea de pensamiento, Smith consideraba que la riqueza real de un país consistía en el valor del producto anual de la tierra y del trabajo.
En el incremento de esta riqueza veía Smith el proceso de crecimiento y desarrollo de la sociedad, el cual era posible merced a la división del trabajo, misma que se originaba, según él, en la destreza perfeccionada, el ahorro del tiempo y la aplicación de maquinaria. Este último punto no fue totalmente desarrollado por Adam Smith, tal vez porque no alcanzó a ver los efectos de la revolución industrial: el año 1776 registra la aparición simultánea de La riqueza de las naciones de Adam Smith y de la máquina de vapor de James Watt.
Las perspectivas económicas que se planteaban en ese momento con la revolución industrial y la incorporación al mundo de las colonias americanas explican la confianza de Adam Smith en un crecimiento prácticamente sin límites, aun cuando reconocía que un proceso de expansión puede llevar a una disminución de los beneficios y a dificultades crecientes para asignar estos beneficios en forma productiva. Sin embargo, tal posibilidad le parecía demasiado remota para preocuparse de ella. Por consiguiente, el «estado estacionario», aunque visualizado por Smith, nunca fue seriamente considerado por él. En realidad, no veía límites al proceso de expansión:
es digno de observar que es en el estado progresivo, cuando la sociedad está avanzando..., más bien cuando ha adquirido su plenitud de riqueza, que la condición de los trabajadores pobres... parece ser la más feliz y la más cómoda... Ella es dura en el estado estacionario y miserable cuando está declinando. El estado progresivo es en realidad, para todos los diferentes órdenes de la sociedad, el estado alegre y sano. El estacionario es opaco, declinante, melancólico.5
Pero Smith en cierta medida aceptó la inevitabilidad del estado estacionario al afirmar que el incremento del capital, en cualquier país, va provocando una reducción de las ganancias y se hace cada vez más difícil encontrar un empleo para dicho capital, llegando así un momento en que la expansión se detiene y la acumulación de capital queda limitada a la sustitución de equipos.
En todo caso, parece claro que tal estado estacionario no está determinado por un límite físico natural, sino más bien por una tendencia inherente a la expansión económica del sistema capitalista, como es la baja en la tasa de beneficios.
La incorporación del factor poblacional por Malthus y la teoría de los rendimientos decrecientes de Ricardo permitirían a John Stuart Mill la primera sistematización clara del concepto de estado estacionario.
Revisando la discusión sobre valor de cambio y valor de uso --que ocupa parte importante en la obra de los clásicos--, se descubren elementos que clarifican la concepción del medio ambiente y, en general, de la naturaleza en el pensamiento económico: si el valor de cambio se explica por la abundancia o escasez relativa de los bienes, el medio ambiente, al ser abundante e ilimitado, no tiene un valor de cambio; es decir, no tiene un precio, aun cuando se le reconoce su utilidad en la satisfacción de las necesidades humanas. Juan Bautista Say es claro sobre este punto al señalar:
...de estas necesidades, unas son satisfechas por el uso que hacemos de ciertas cosas que la naturaleza nos ofrece gratuitamente, como el aire, el agua, la luz del sol. Podemos denominar estas cosas como riquezas naturales, porque sólo para la naturaleza tienen un gasto. Como ella las ofrece a todos, ninguna persona está obligada a adquirirlas al precio de un sacrificio. No tienen, por tanto, ningún valor de cambio.6
El argumento es recogido por Ricardo:
...Según los principios corrientes de la oferta y la demanda, no se pagará renta alguna por esa tierra, por la razón expuesta de que no se paga nada por el uso del agua o del aire o por cualquier otro don de la naturaleza que existe en cantidad ilimitada... No se paga nada por la cooperación de esos agentes naturales porque son inagotables y están a disposición de cualquiera.7
Un segundo elemento importante que Ricardo incorpora se deriva de su preocupación fundamental: la distribución («problema principal de la economía») que guarda relación con la propiedad privada de los recursos naturales. Desarrolla este autor inquietudes ya presentes en Adam Smith y Juan Bautista Say sobre la importancia que tenía la propiedad privada en la determinación del valor de los bienes. Señalaba Smith al respecto:
En cuanto todas las tierras de un país cualquiera se han convertido en propiedad particular, los terratenientes, al igual que todos los demás hombres, gustan de cosechar lo que ellos nunca sembraron, y exigen una renta, incluso por lo que las tierras naturalmente producen.8
Por su parte, Juan Bautista Say indica que:
la tierra, como hemos visto ya, no es el único agente natural que tiene fuerzas productivas; pero es el único o casi el único, que un grupo de hombres toma para sí con exclusión de los demás y del cual, por consiguiente, se pueden apropiar los beneficios. El agua de los ríos y del mar, por el poder que tiene de mover las máquinas, de transportar los buques, de alimentar los peces, tiene también fuerza productiva: el viento que mueve los molinos, y aun el calor del sol, trabajan para nosotros; pero, felizmente, nadie ha podido decir todavía: El viento y el sol son míos, y los servicios que ellos rinden deben pagármelos.9
Los conceptos de propiedad y escasez son examinados por Ricardo, quien rechaza el argumento de Say de que ambos conceptos son sinóminos y demuestra cómo la escasez relativa de un bien puede dar a una persona mayor riqueza en la medida que dicha persona es poseedora de un recurso escaso. El mayor valor que éste tiene, debido a su escasez, le permite disponer de más bienes y, por lo tanto, de más satisfacciones. Pero al mismo tiempo esta mayor riqueza individual no necesariamente se traduce en una mayor riqueza para la sociedad, y sí, en cambio, puede traducirse en un empobrecimiento de esa sociedad como en todo.
Si el agua se hiciese escasa y fuese poseída por un solo individuo, éste aumentaría su riqueza, porque tendría entonces valor; y si la riqueza total es la suma de las riquezas individuales, se aumentaría así aquella riqueza. Indudablemente, se aumentaría la riqueza de aquel individuo, pero puesto que todos tendrían que entregar una parte de lo que poseen con el único objeto de obtener agua, la cual adquirían antes por nada, ellos son más pobres y el propietario del agua se beneficia en lo mismo que éstos pierden. La sociedad en su conjunto disfruta de la misma cantidad de agua y mercancía que antes, pero se distribuyen de otro modo. Esto suponiendo un monopolio del agua y no una escasez de ella. Si se hiciese escasa, entonces la riqueza del país y de los individuos disminuiría, puesto que se privarían de una parte de sus satisfacciones. No sólo habría una distribución diferente de la riqueza, sino una pérdida real de una parte de la misma.10
Se van sentando así elementos básicos de todo el pensamiento económico que son los pilares del sistema capitalista contemporáneo: los conceptos de escasez, valor de cambio y propiedad privada de los recursos productivos. En la medida que tales conceptos sean relevantes al medio ambiente, éste será considerado explícitamente en el análisis. Es decir, en la medida que los bienes naturales sean escasos, tengan un valor de cambio (expresión de mercado) y sean susceptibles de apropiación por los particulares, serán considerados por el análisis económico.
David Ricardo basaba su concepción del crecimiento en lo que John Stuart Mill consideraría como la proposición más importante de la economía política, que es la ley de los rendimientos decrecientes. La causa de éstos radica en el hecho de que, con el aumento de la población, se incorporan a la producción tierras y recursos de calidad inferior, localizados desfavorablemente o, en general, cuya explotación sólo es factible a costes mayores. Este paulatino proceso de incorporación de recursos de menor calidad implica que llega un momento en el cual la explotación se hace a costes tan altos que son socialmente inaceptables.
El planteamiento no implica exclusivamente una concepción de cantidad finita de recursos, sino que los problemas de calidad se incorporan para definir el recurso. Sobre este punto Ricardo es también claro:
Si toda la tierra tuviese las mismas propiedades, si fuera ilimitada en cantidad y uniforme en calidad, no se pagaría nada por su uso, a menos que poseyera ventajas peculiares de situación. Es, pues, debido únicamente a que la tierra es limitada en cantidad y de diversa calidad, y también a que la de inferior calidad o menos ventajosamente situada es abierta al cultivo cuando la población aumenta, que se paga renta por el uso de ella. Sin embargo, cuando la tierra es más abundante, cuando es más productiva y más fértil, no produce renta alguna: es únicamente en el momento en que decaen sus poderes y el trabajo produce un rendimiento menor cuando una parte del producto original de las tierras más fértiles se pone aparte para la renta... Si el aire, el agua, la tensión del vapor y la presión atmosférica fuesen de varias calidades; si estuviesen apropiados y si cada calidad existiese en cantidad moderada, también producirían una renta cuando fueran entrando en uso las calidades sucesivas. Con el empleo de cada calidad inferior, el valor de las mercancías fabricadas con ellas subiría, porque la misma cantidad de trabajo sería menos productiva. El hombre haría más con el sudor de su frente, y la Naturaleza haría menos.11
De lo anterior resulta que el coste de los productos alimenticios sube constantemente, lo cual obliga a incrementar los niveles de salarios para mantenerlos a niveles de subsistencia. El alza de los salarios repercute en la distribución de la renta del país, mediante la reducción de la tasa de beneficio, lo cual implica que el proceso de acumulación también tiende a decrecer, llegando un momento en que la acumulación termina y con ella el crecimiento, encontrándonos así en el estado estacionario. Como se observa, Ricardo acepta el planteamiento de Malthus sobre el crecimiento de la población y lo combina con su teoría de los rendimientos decrecientes para explicar un proceso de cambio económico de largo plazo que conducía a una situación estacionaria.
Malthus planteó el problema del crecimiento demográfico en relación con la disponibilidad de recursos y en especial con los alimenticios. En circunstancias que la población crece en progresión geométrica (exponencial), la producción de los alimentos lo hace en progresión aritmética (lineal), con lo cual, siendo finitos los recursos naturales, es inevitable el advenimiento de una situación de crisis en que los recursos alimenticios son insuficientes, siendo el único remedio posible una reducción de la población.

REVOLUCION INDUSTRIAL

Industrialización en Francia
Un “despegue” del crecimiento no fue lo que caracterizó en el siglo XIX al desarrollo económico de Francia. Sino al contrario, este evidenció una lenta transformación de sus técnicas de producción. Por tal motivo podría afirmarse que el desenvolvimiento industrial francés para nosotros, no será adjetivado como revolución con su total connotación como concepto. Tal es así, que a lo largo del siglo XIX, la economía francesa se transformo de una manera gradual. La clave de este proceso está sujeto al desplazamiento progresivo de su centro de gravedad: la agricultura, hacia el desarrollo de la industria, localizada en pocas ciudades y principalmente en el norte de este país.
Evolución demográfica
Francia evidenció desde finales del siglo XVIII hasta principios del XX, una baja de la tasa de natalidad mucho más marcada que en otros países, comprobada a través de su evolución demográfica. En cambio, la tasa de mortalidad disminuyó mucho menos rápidamente. Esta doble tendencia tenía como objetivo frenar el crecimiento de la población francesa. Tal es así que podemos observar diferentes etapas pertenecientes a esta directriz:
1800-1810 La diferencia entre las tasas de natalidad y mortandad era de 5.4 por ciento.


1850 Descenso hasta 4 por ciento (entre ambas tasas).
1913 Oscilación alrededor de 1 por ciento.
Una caída absoluta fue la finalización de este proceso en el período de entreguerras. A tal punto que de una manera alarmante en el siglo XIX, Francia logra reducir su tasa de natalidad. Por lo que se tradujo además, en un aumento cada vez más débil de la población. No obstante, el resultado que arrojó este crecimiento neto fue un alargamiento de la longevidad. En consecuencia, Francia evidenció un proceso que se conoce como “envejecimiento demográfico o de la población”.
Para comprender el proceso de industrialización en Francia, no existió el factor determinante de la presión demográfica. Esto es contrariamente a lo que sucedió en Inglaterra, por lo que se puede afirmar entonces, que la ausencia de esta presión redujo en gran medida la demanda global y por lo tanto también frenó los ritmos del desarrollo industrial.
Desarrollo agrícola
El progreso real de Francia se caracterizó por un largo retraso en las reformas técnicas y estructurales. Tal es así que cuestiones fundamentales al respecto dieron su inicio, estas son cinco en total:
1-Quienes fueron los únicos que invirtieron durante mucho tiempo en el campo, fue el campesinado a pesar de sus escasos recursos. Sin embargo, sobre ellos recaían los impuestos del régimen señorial y del fisco real. La nobleza es quien canalizaba estos volúmenes económicos en inversiones costosas.
2-La estructura de la propiedad de la tierra no fue modificada sustancialmente tras la revolución burguesa de 1789; sino que se reforzó las pequeñas y medianas propiedades a través de la venta de los bienes nacionales. A tal punto que sin una articulación posible, se dio una coexistencia de latifundio, mediana y pequeña propiedad.
3-El restablecimiento del derecho de primogenitura fue boicoteado por la oposición en el Parlamento, en 1826, bajo la Restauración. Por lo tanto, quien sufrió una parcelación desfavorable al progreso técnico fue la propiedad agrícola, tras la continuación del reparto de tierras por herencia. Por el contrario que los terratenientes británicos, sus pares franceses no mostraron el mismo interés hacia los nuevos métodos de producción.
4-En cuanto al sistema de arrendamientos, no se produjo modificaciones sustánciales. Solamente hubo una venta de propiedades en forma de pequeños lotes de tierras, incluso dentro de las grandes propiedades, por parte de los terratenientes, es decir de la aristocracia o de la gran burguesía. El objetivo de este hecho fue impedir que obtengan elevados rendimientos, por parte de las posibles grandes extensiones.
5-El siglo XVIII se había caracterizado por un importante alza de la productividad agrícola, no supo se aprovechado por Francia. Quien tampoco emprendió los enclousures, “revolución de los cercados”, como lo promovió Inglaterra.

Etapas del crecimiento agrícola
• 1770-1789. La crisis de superproducción evidenciada durante el último tercio del siglo XVIII, hizo decaer la tendencia alcista registrada regularmente guante ese mismo siglo. Tal es así que esta crisis, produjo la ruina de pequeños y medianos propietarios vitivinícolas y cerealistas, tras el descenso de sus precios, es decir el del vino y por lo tanto el de los cereales. Quien disparó repentinamente los precios, fue la helada prematura del verano prerrevolucionario. Dependiente del crecimiento agrícola, la industria francesa sufriría finalmente estos colapsos. Así “convaleciente”, sería el diagnóstico de la situación agrícola, resultante a finales de este siglo.
• El perfeccionamiento de las herramientas y maquinarias, el empleo de abonos y la preparación de suelos, junto al aumento de las superficies de tierra de cultivo y el desarrollo de los medios de transporte; provocó desde principios del siglo XIX hasta 1864, un rápido crecimiento de la producción.
• 1870-1900. Se manifestó una fase de crecimiento lento. La competencia de los países de ultramar y las guerras del Segundo Imperio pueden considerarse las causas fundamentales de este fenómeno.
• De principios del siglo XX a 1914. Volvió a aumentar la productividad agrícola, aunque el estallido de la Primera Guerra Mundial cortó esa tendencia.

Comienzos de la industrialización en Francia
El conjunto de factores que favorecieron el desarrollo industrial francés durante el siglo XIX tuvo su origen en las reformas revolucionarias, en ¡os órdenes institucional y político que se sucedieron a la caída del Antiguo Régimen; lo cual podríamos denominar “precondiciones” del desarrollo.
La revolución burguesa de 1789 liquidé el feudalismo y abolió la servidumbre. La ley de marzo de 1791 sepulté definitivamente el régimen gremial de ¡as corporaciones de oficio, que paralizaba la iniciativa privada y llegaría a ser el blanco donde concentraría la ira de todo adepto a las teorías del librecambismo.
Por otra parte, se realizó toda una reorganización territorial de la geografía francesa. Las antiguas provincias fueron sustituidas por nuevas demarcaciones, que Napoleón acabó de ordenar en el marco de una estrecha centralización administrativa. Se suprimieron las aduanas interiores entre ¡as provincias. Hombres, mercancías y capitales lograron desplazarse libremente. El espacio geográfico francés se convirtió en un mercado único, protegido por un elevado arancel exterior.
En 1790 la Asamblea adopté el sistema métrico, mucho más simple que el antiguo sistema de pesas y medidas, lo cual favoreció notablemente los intercambios.
Tanto la Convención como el Directorio darían un fuerte impulso a la creación de instituciones dedicadas al estudio y a las investigaciones científicas.
A mediados del siglo XIX, estas iniciativas ofrecían ya claros resultados con Saint Simon y sus seguidores, cuyas teorías sobre la industrialización y el desarrollo de las técnicas financieras, así como la reorganización de los transportes (las vías fluviales del norte comunicarían los focos de concentración industrial, junto con el ferrocarril), darían como resultado una organización económica más funcional.
• Hubo factores desfavorables que convergieron contrariamente en el desarrollo industrial de Francia.
Francia carecía de importantes recursos de carbón y de mineral de hierro, lo cual provocó que, finales del siglo XIX, el 53.5 por ciento de las importaciones francesas de mercancías fueran materias primas necesarias para la industria. Era el único país industrial que necesitaba importar carbón.
El ahorro y la inversión
En el siglo XIX no era escaso el capital, pero su ahorro no fue suficientemente productivo. Si bici existió atesoramiento, el ahorro francés se canalizó, en mas de la mitad, hacia la inversión en el extranjero, y el préstamo al Estado estuvo económicamente mal dirigido. El Estado bien pudo haber empleado este ahorro para fines productivos, aunque normalmente lo dirigió hacia el financiamiento de su déficit presupuestario.
El proteccionismo
El panorama económico general del siglo XIX francés sufrió el peso del ideario “colbertista”, defensor a ultranza de un Estado obsesionado por el control y la defensa de la economía nacional, frente a la competencia extranjera. A largo plazo, la política proteccionista arrojaría piedras contra su propio tejado, cuando surtieron efecto sus aspectos más negativos: el freno a la difusión de nueva técnicas, al recelar de cualquier “hipoteca nacional”, que pudiera suponer un alto grado de dependencia tecnológica y, por otra parte, en un contexto económico internacional, tendente al librecambismo, cualquier actitud de prolongado proteccionismo inhibiría el crecimiento interior. Algunos casos concretos resultaron altamente demostrativos: los derechos de aduanas impuestos sobre el carbón y las materias primas aumentaron los costos de producción o evitaron el desarrollo de la obtención de hierro mediante coque.
Inestabilidad política
Francia padeció, a lo largo del siglo XIX, más sacudidas políticas que la mayor parte de los países industrializados: las revoluciones de 1830 y 1848, el conflicto de Crimea de 1854-1856 y la guerra de 1870. Al fin y al cabo, estos hechos supusieron una sangría periódica de hombres y recursos, que hay que sumar al conjunto de factores que retrasaron el progreso económico francés.
La industria textil y la industria del hierro en Francia, como es el caso inglés, fueron las primeras en dar el salto hacia adelante en el proceso que va de una economía artesanal a una economía
Industria textil
Hacia mediados del siglo XVIII existía en Francia una industria textil rural. Los talleres dispersos de carácter familiar trabajaban el lino y el algodón a domicilio. En algunos casos, los trabajadores se asociaban bajo la tutela de un comerciante que proporcionaba las materias primas. Esta estampa de hiladuras y manufacturas “de aldea” se mantuvo por generaciones, hasta el momento en que el comerciante-abastecedor, enriquecido por el auge del mercantilismo, comenzó a importar máquinas y a construir fábricas.
Desafiando las fuertes tendencias proteccionistas del Estado del Antiguo Régimen, estos comerciantes viajaron a Inglaterra, visitaron talleres británicos, se empaparon en nuevas técnicas gracias a las abundantes revistas especializadas y, bien por simples licencias obtenidas de las autoridades inglesas, o por la política del contrabando, iniciaron una corriente de suministro de material técnico, combinándola con una amplia red de espionaje económico. Los empresarios ingleses y sus expertos técnicos viajaron a Francia atraídos por la perspectiva de aumentar sus beneficios.
John Kay, en 1747, instaló en París la primera lanzadera volante. El gobierno francés se vio obligado a reconocer el talento y la iniciativa de Kay. Sus complicados artefactos comenzaron a funcionar en los centros textiles de Normandía.
La industria textil del norte y las fábricas de pana de Ruán comenzaron a desarrollarse a mediados del siglo XVIII con maquinaria y mano de obra inglesas, bajo la tutela y, a la vez, el recelo terno de París, presionado por las ilusiones de la iniciativa privada.
La energía hidráulica y la de vapor instaladas por primera vez en Alsacia, en 1830, ya se concentraban en cerca de dieciocho mil telares hidráulicos o de vapor.
En Calais y Boloña, a principios del siglo XIX, comenzó una fase decisiva en la fabricación de encajes bajo el asesoramiento, en sus inicios, de mano de obra inglesa calificada.
En conjunto, concluimos que Francia supo aprovecharse de las técnicas de producción textil de Inglaterra. Sin embargo, el desarrollo de la industria textil fue mucho más lento. Lo mismo ocurrió en los restantes sectores industriales.
La industria siderúrgica
Con respecto a Alemania y a Inglaterra, Francia llevaba un gran retraso en la producción de hierro, el cual tendía a mitigarse a través de una política aduanera fuertemente proteccionista. El escaso desarrollo de las vías de comunicación mitigaba la competencia interior: cada productor tenía su “monopolio”, reducido a la zona geográfica donde estaba radicada la empresa.
A partir de la segunda mitad del siglo XVIII se repitió en el campo de la siderurgia la colaboración franco-inglesa: llegada de tecnología y mano de obra calificada británicas.
Entre 1760 y 1786 se fundaron varias empresas metalúrgicas y mecánicas. En Saint Etienne se realizaron las primeras experiencias de producción de hierro con coque. Los altos hornos de La Creusot fueron construidos con fondos privados y ayuda financiera estatal, convirtiéndose así en la primera concentración carbón-mina de hierro.
Sin embargo, los progresos no fueron realmente sensibles en el campo de la siderurgia hasta mediados el siglo XIX. Bajo la Restauración se inició en Francia la fabricación de acero. Con lentitud fue penetrando también la técnica del crisol.
Hacia finales del siglo XVIII se introdujo la máquina de vapor, que en un principio no interesó demasiado a los empresarios franceses. En 1810 la industria francesa contaba solamente con 200 máquinas de vapor, frente a unas cinco mil que funcionaban en Gran Bretaña.
Aparte de los factores desfavorables a la industrialización en Francia, enunciados anteriormente, habría que añadir que el elevado precio del carbón y de los transportes, la insuficiente calificación de la mano de obra, las unidades productivas de pequeño tamaño, el espíritu rutinario y, a menudo, la insuficiencia de los capitales, constituyeron aspectos del desarrollo económico específico de Francia.
Fuente Consultada: Historia Universal Gómez Navarro y Otros